Ecos de Salitre, a short story by Jose Manuel Morales Ramos at Spillwords.com

Ecos de Salitre

Ecos de Salitre

written by: Jose Manuel Morales Ramos

 

El denso olor a salitre impregnaba cada rincón de aquella tasca oscura, transportándolo de inmediato a los días de su juventud. El crujir de las tablas bajo sus pies parecía resonar con el eco de viejas travesías, cuando olas tan colosales como montañas amenazaban con engullir su pequeña embarcación. Mecido entre la espuma y la furia del mar, se dejaba llevar, como el viento que silbaba entre las velas.

Navegaba por ríos de coral y rocas, sobre abismos insondables donde la luz apenas se atrevía a entrar. En las profundidades oscuras, el terror se apoderaba del corazón de cualquier hombre, pero no de aquellos marineros. Eran hombres curtidos, habituados a la tempestad y la incertidumbre, que a pesar de la constante amenaza de la muerte, parecían disfrutar de aquella siniestra danza con la naturaleza. La humedad constante y el frío que penetraba hasta los huesos no eran más que compañeras familiares. Se habían convertido en parte del mar; eran uno con él.

Mientras arriaban las velas y ataban los cabos, aquellos hombres sabían que el equilibrio de su mundo dependía de esas cuerdas tensas, de cada nudo firme que mantenía a flote no solo la embarcación, sino sus vidas.

—¡Capitán! ¡A babor! —gritó uno de los hombres, su voz llena de una mezcla de temor y emoción—. ¡Es inmenso!

El capitán, un gigante entre los suyos, con una barba blanca poblada de cristales de hielo y una corpulencia que imponía respeto, se giró hacia el origen del grito. Sus ojos, de un azul frío como el cielo despejado en invierno, escrutaron el horizonte. Su cabello, negro como el abismo que se abría bajo el casco del barco, ondeaba bajo el viento gélido. La mirada ladina del hombre no dejaba entrever temor, solo una determinación feroz, casi inhumana.

—Preparad los arpones —ordenó con voz grave, sin dejar de observar las aguas revueltas. El brillo de la excitación encendía su rostro. Frente a él, las olas se abrían como si una fuerza sobrenatural las rasgara desde abajo, dejando entrever la figura blanca que se alzaba entre las crestas de espuma.

Era el monstruo que había perseguido durante años. Un ser legendario, cuyo solo avistamiento hacía temblar hasta al más experimentado marinero. Pero no a él. Aunque el mismísimo infierno desatara su furia, jamás cejaría en su empeño. Tenía un deber con su tripulación, con su barco, y con él mismo. Como un padre, velaba por la vida de cada uno de aquellos hombres. Les daba una razón, un propósito. Y ese propósito era cazar a aquella bestia que rompía las olas con la misma facilidad con la que un puñal rasga la carne.

El monstruo blanco apareció una vez más, resplandeciente bajo la luz gris del cielo. Su lomo rompió la superficie del agua, agrietando el océano como si fuera un cristal frágil. El barco se estremeció bajo la furia de aquella criatura, pero ni una sola cuerda cedió, ni un solo marinero vaciló.

—¿Qué le sirvo, amigo? —preguntó una voz ronca.

El sonido lo sacó de sus recuerdos con un sobresalto. De repente, volvió a estar allí, en la penumbra de la tasca. El tabernero lo miraba con cejas levantadas, esperando una respuesta. A su alrededor, los rostros ocultos entre las sombras lo observaban con una curiosidad fugaz, mientras las conversaciones se reanudaban en susurros y las jarras de cerveza chocaban contra mesas de madera vieja y astillada.

Se frotó las sienes y sonrió con cansancio. El capitán había regresado al puerto, pero el mar nunca abandonaba a sus hombres del todo.

—Una jarra —respondió, con un deje de nostalgia en la voz.

Y mientras el tabernero llenaba su bebida, las olas y el viento aún rugían en algún rincón de su memoria.

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