El Pacto
A Short Story
by Jose A. Gomez
Para mi se había convertido en una obsesión conocer la historía y misterio de esta mansión que estaba ubicada entre Cataño y Bayamón. La arquitectura era de estilo Victoriano con cuatro torres y gabletes, ventanas anchas que le daban la vuelta alrededor a la casa. En la entrada habían dos puertas altas que abrían a un gran salón y una hermosa escalera de curva llegaba a un pasillo que se conectaba con varias habitaciones. Esta era parte de la mansión de Don Rigoberto Valencia; oriundo de España, descendiente de la aristocracia Española en Valencia, que llegaron a Puerto Rico en los años mil setecientos cincuenta (Para esta época, por la mezcla de razas que había ocurrido en Puerto Rico desde su descubrimiento y colonización, se había reconocido al nativo como “El Jíbaro” según Manuel Alonso).
Don Rigoberto era dueño y señor de esta hacienda que cubría gran parte de lo que es hoy Cataño y Bayamón; dos pueblos al norte de Puerto Rico. En los terrenos de esta hacienda se sembraba caña, café y tabaco que para esos tiempos eran los frutos mayores de la agricultura en Puerto Rico. En la hacienda habían muchos peones y capataces trabajando la tierra. La productividad de estos frutos era bastante y rendía grandes beneficios para la hacienda. Don Rigoberto pertenecía a la aristocracia de Puerto Rico. El era un hombre de carácter fuerte y no muy devoto a la Iglesia Católica que en aquellos tiempos era la religión que el pueblo había heredado de los españoles. Los peones y capataces cuando hablaban con Don Rigoberto tenían que mirar al suelo ya que el consideraba una falta de respeto lo miraran a la cara; el se creía superior a todos sus empleados. Los negocios iban “como viento en popa” o mejor dicho, corriendo extremadamente bien.
“Yo no necesito de nadie ni a nadie” así decía este señor que el poder y sus riquezas lo había convertido en un hombre pedante y arrogante. Desinteresado del prójimo y sobre todo de sus empleados podemos decir que algunas de sus características personales eran las de ser tacaño y mezquino. No pasó mucho tiempo cuando la economía del país fue decayendo “como lluvia torrencial en mayo” y lo que en un tiempo fue prosperidad y abundancia se fue convirtiendo en escasez y necesidad. Las cosechas de la hacienda fueron menguando y poco a poco perdiéndose debido a sequías, plagas de insectos y otras epidemias naturales que azotan a los agricultores en todos los tiempos; Don Rigoberto no era la excepción de la madre naturaleza. La falta de buenas cosechas fueron llevando a Don Rigoberto a la ruina y su hostilidad y orgullo mal infundado evitó que se pudiera recuperar y no permitió que saliera hacia adelante de esta situación. Ya casi destituido y sin ninguna puerta donde tocar, la falta de respeto a la humanidad y la poca fe en Dios llevaron a Don Rigoberto a buscar la solución de sus problemas no en la forma correcta, limpias y claras sino en lo opuesto, lo engañoso, lo fácil y oscuro. El solía decir a menudo el refrán “La última lo paga el diablo”.
Una noche en su cuarto, desesperado, en desolación había cogido un gato negro, a la media noche le había hecho una cruz con sal en el lomo e invocó a Lucifer. Para su sorpresa y asombro aparece un personaje en su cuarto y le dice “Rigoberto, me has llamado y aquí estoy para servirte”. Don Rigoberto lleno de temor con esta aparición decide jugárselo todo y platica con él. Pide la restitución de todo sus bienes y riquezas que había perdido debido a los contrapasos económicos que había sufrido. El personaje le dice, “si te puedo restituir todas las riquezas perdidas pero ha cambio te pido me des el dedo meñique de tu mano derecha. Don Rigoberto estaba tan desesperado de volver a ser la persona que era antes. Cuando tenía todas sus riquezas y cosechas abundantes, que el dedo meñique en cambio era poco sacrificio relativamente. El lo que quería era volver hacer dueño y señor de su hacienda, tomar la posición social en la aristocracia y volver a los ámbitos que solía frecuentar cuando todo estaba bien. EL personaje cerró el pacto con la palabra y compromiso de Don Rigoberto y le dice que algún día regresaría a colectar lo prometido.
No pasó una semana cuando la economía y la situación en la hacienda fue mejorando; las siembras volvieron a florecer las cosechas abundantes se recogían a un cien por ciento hasta llevar a Don Rigoberto a la posición social, económica que había tenido antes y hasta mejoró. El progreso continuó durante varios años y Don Rigoberto ya había olvidado el tiempo que tuvo necesidad y lo que hizo para salir de ella. Una noche cuando dormía Don Rigoberto, es despertado por un ruido en el cuarto; desorientado y asustado ve que al pies de su cama, estaba sentando con una sonrisa de diente a diente, el personaje que él una vez había invocado cuando estuvo en necesidad. y le dice “vengo a colectar el dedo meñique que me prometiste. yo cumplí con todos tus deseos y volviste a tener lo que habías perdido y aún mucho más”. Don Rigoberto se niega a cumplir y honrar su convenio.
El ama de llaves escuchó una discusión en el cuarto y luego un grito macabro que despertó a casi toda la hacienda. Subió corriendo hasta llegar al cuarto, abrió la puerta y allí lo encontró a Don Rigoberto Valencia, muerto tirado en su cama con los ojos abiertos, llenos de pánico y sin el dedo meñique de la mano derecha.
Así termina la historia de Don Rigoberto Valencia, dueño y Señor de las tierras donde se encontraba una gran mansión en una hacienda. Esto marca el final del progreso agrícola en aquella área que estaba ocurriendo cuando él vivía. Su capital se esfumó como por arte de magia. La casa quedó abandonada y por ende se fue deteriorando poco a poco. El gobierno se convirtió en dueño de los terrenos ya que no se pagaban los impuestos y todo lo demás fue embargado. El gobierno también se quedó con la mansión y se construyó una carretera que cruzaba a cuarenta o cincuenta metros de ella. Esta carretera llegaba de Bayamon a Cataño y vice versa. Así fue que yo tuve la oportunidad de ver a esta casa de cerca que también se murmuraba había una energía negativa y sobrenatural que la podías percibir si te acercabas a ella.
Allá por los años sesenta un grupo de muchachas con permiso del gobierno tratan de restaurar la mansión a su estado original. No fue fácil porque algo inexplicable, no permitía algunos arreglos. Con muchos contratiempos finalmente logran terminarla; y debo decir la mansión se veía majestuosa entre todos arboles y flamboyanes que quedaban a su alrededor. La primera actividad de este grupo de muchachas fue hacer una fiesta de inauguración para celebrar la restauración de la mansión. La actividad comenzó a las ocho de la noche y estaba llena de jóvenes de la sociedad. Como a la media noche una joven que se había mareado, no se sabe si fue por lo que bebió u otra razón. Unas amigas de ella la llevan arriba donde una vez había sido el cuarto de Don Rigoberto. La joven rehusaba quedarse en ese cuarto, porque percibía algo que ella misma no podía explicar. Sus amigas insistieron y le dijeron que no se preocupara; que ellas iban a regresar pronto a ver como seguía. La joven se recuesta en la cama que allí se encontraba y las otras jóvenes bajaron para seguir disfrutando de la fiesta. Al poco rato se oyó un grito espeluznante que todos los jóvenes que allí se encontraban, entre ellos se miraron. Enseguida algunos subieron hacia donde se encontraba la muchacha que se había mareado. Abren la puerta y la muchacha que estaba en el cuarto brinca en los brazos de uno de los jóvenes gritando histéricamente, “Por favor, ¡sáquenme de este cuarto! ¡Alguien se me sentó en la cama con una sonrisa diabólica y después se desapareció!” Eventualmente esta joven tuvo que ser recluida en el hospital para una evaluación psiquiátrica. Este fue el principio y final de las actividades que se habían planificado para la mansión recién restaurada.
La casa la abandonan y poco a poco se fue deteriorando una vez más y marcada como casa pesada. No pasó mucho tiempo para que se me presentara la oportunidad de entrar a la mansión y poder tener mi propia opinión de los misterios que circulaban sobre de ésta. Una tarde casi al obscurecer guiaba mi carro por el área cuando sin darme cuenta paré frente a ella. La carretera la habían ensanchado y pasaba bastante cerca de la casa que estaba casi completamente deteriorada. Me bajé del carro y caminé hacia la entrada. Una de las puertas estaba abierta; entré y me encuentro en el gran salón de la casa. Miro a mi alrededor y observo la escalera de curva que subía a un pasillo. En el centro del techo del salón había una chandelier que estaba en condición pésima pero en sus tiempos debió ser bella. Miré un salón que estaba contiguo al grande y de momento de ese mismo salón aparece y sale una vieja con el pelo largo, despeinado y lleno de canas que le llegaba a su cintura. Su rostro agrietado por la edad o quién sabe. se notaba seco, como petrificado. Ella tenía un traje, que una vez fue blanco, curtido de sucio y hecho harapos que le llegaba a sus pies los cuales no pude ver. Tenía las manos decrépitas con uñas largas llenas de mugre. Se movió hacia mí como si flotara en el aire. Con ella apareció un grupo de perros que en ningún momento se apartaron de su lado. Yo me convertí en hielo, tenía ganas de salir corriendo pero no lo hice. Ella me pregunto: “Que busca usted aquí?” Yo le conteste: “Solamente quería ver por dentro esta casa.”Ella me contestó: “Ya lo hizo, así que lárguese de aquí.” La vieja, que parecía se había escapado de una tumba, se viro y me da la espalda; se mueve al salón del cual había salido con la paca de perros, como si estuviesen en el aire. Yo salí de la casa, me monté en mi carro y arranqué rápido sin en ningún momento mirar hacia atrás. Luego cuando estaba solo en mi casa llego a la conclusión de que en este mundo hay muchos misterios y este tan solo es uno de ellos.
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