Diagnóstico De Una Época
written by: Eduardo Escalante
@eescalantegomez
Algunos ven a los filósofos sentados en su Olimpo. Pero también se podría pensar que viven hurgueteando el infierno de la condición humana, sus miserias, sus cegueras, y los orificios de luz que emergen de las grietas como dice una de las hermosas canciones de Leonard Cohen.
Cada cierto tiempo algún nuevo filósofo, amparado en la tradición de Platón o Kant, o en la rebeldía de los posmodernos, recibe el guiño de lo que ocurre en nuestro mundo cotidiano. Es el caso de Byung-Chul Han, una de las inteligencias filosóficas más innovadoras que ha surgido en Alemania recientemente.
En su libro La sociedad del cansancio, que se ha convertido en un best seller, indica que la sociedad occidental, de la que somos parte y que a menudo tiene dificultad para entenderse a sí misma y con otras culturas que le recuerdan su presencia equívoca en la historia, está sufriendo un silencioso cambio de tendencia, algunos dirían, paradigma (conceptos que algunos cientistas sociales consideran inapropiado): el exceso de positividad está conduciendo a una sociedad del cansancio.
Hipótesis que al leerla no es tan fácil digerirla, y por tanto requiere una detallada reflexión para entenderla más allá de los fenómenos de marketing. Se requiere que pase el test de la volatilidad, es decir, que muestre algún grado de constancia.
“Quien se aburra al caminar y no tolere el hastío deambulará inquieto y agitado, o andará detrás de una u otra actividad”.
El exceso de positividad se encuentra, por ejemplo, en la profusión de información y de estímulos, perdiéndose la forma contemplativa de la atención que por fuerza se dispersa; gradualmente se exige una hiper-atención. Es el caso del smartphone que demanda la atención concentrada (no acepta distracción) mientras se come, se conversa, se comparte físicamente. Por otro lado, vivimos una sociedad que tampoco admite el aburrimiento, aquél aburrimiento profundo que sería fuente de la creación y del pensamiento al que aludía Walter Benjamin y que cita Han “Quien se aburra al caminar y no tolere el hastío deambulará inquieto y agitado, o andará detrás de una u otra actividad”.
El registro que se hace de la historia estaría indicando que a la sociedad definida como disciplinaria, la ha sustituido, en el siglo XXI, la “sociedad del rendimiento”. Sus miembros son “sujetos de rendimiento”, sujetos emprendedores de sí mismos, sin preocupación de si hay o no soledad.
Sus GPS les indica que no hay límite para ellos, todas las murallas se pueden perforar: “yes, we can”. Todo y todos corren detrás de una “perfección” que sabemos que es inalcanzable para el “imperfecto” ser humano. Y esto angustia. No se entiende que, en nuestros jardines, los caracoles son parte de la verdad.
Han señala: “A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados”.
En sus reflexiones y análisis, este filósofo detecta algo que todos sabemos o que quisiéramos ocultar: somos-seres-lanzados-e-mundo (para usar una expresión de Heidegger) del exitismo desenfrenado, y a la información desenfrenada, soltar el celular significaría que tenemos una patología, olvidarlo en casa significaría que estamos perdidos en el mundo. Esto sería un hecho natural de la condición humana, esto es, no requeriría indagación, sería simplemente la vida que tenemos que vivir. Y así se va optando por la “mera vida” en lugar de la “buena vida” o la “vida plena”.
El ser humano se explota a sí mismo, se engolosina con los sonidos del WhatsApp en un propio afán desmesurado de conexión virtual.
En este contexto, el ser humano se explota a sí mismo, se desconecta físicamente de los demás, se engolosina con los sonidos del WhatsApp en un propio afán desmesurado de conexión virtual, incluso hasta el colapso de sí mismo y a menudo de su entorno familiar. De allí derivaría el “cansancio”, síntoma de esta época en el que el otro solamente es visto como un “competidor” más, el “enemigo próximo”. Se instala la trasgresión moral, mi ventaja es tu pérdida.
Este tipo de escena humana generaría una realidad de dos caras, por un lado el narcicismo, y por la otra la depresión, más aún si se está sumergido en el océano de las olas digitales donde el otro no existe. El “eros” agoniza, el pensamiento declina o desaparece, el cultivo de la amistad, del diálogo socrático es una pérdida de tiempo, la exigencia de funcionalidad no da espacio para ello. Esto último aburre, cansa.
Sería, según Han, la enfermedad de esta época. En su entender cada época la tiene, y no se equivoca. Freud habló del malestar en la cultura. Ésta sería la “enfermedad neuronal”: el estrés, la depresión, la ausencia de la ética de la razón cordial, etcétera. Una enfermad auto-producida, como él dice, infartos por excesos de positividad. Innovador razonamiento. Cada sociedad crea a su “hombre invisible” o su “sombra invisible”; en este caso, es el ser humano que vive en el estrés, que cumple con todo, la mujer trabajadora, el hombre trabajador, efectivos en todas las dimensiones en las que se despliega, segundo a segundo. Es la norma moral asumida, a costa del sí mismo (de la ética personal).
Se termina, enamorado de lo volátil, de lo efímero.
Según Han, los lindes del propio cuerpo, de la psiquis, de lo moral, son constantemente barridos, corridos por las posibilidades superyóicas del ser activo. El efecto totalizador de la sociedad del trabajo, en su estimación sería implacable. Éste resta hasta el mínimo espacio, no dejando cabida para concebir la vida más allá del trabajo, fagotiza la vida y la existencia, partícula por partícula. Instala la concepción de un ser humano siempre efectivo y productivo, conectado a la inmediatez por la tecnología, sobre-exigido por la dimensión de urgencia de las posibilidades de saber y acceso a todo sin delimitación concebida, “sin fisura”. Este ser que acumula información a destajo, pero datos que no le permite generar verdad alguna, mientras más bytes, más intrincado parece el mundo. Se termina, enamorado de lo volátil, de lo efímero.
Los peligros que se corren tras este cansancio no sólo incumben al individuo y su salud, también tienen una dimensión social y afectiva: el cansancio aísla y separa. Todo atisbo de ética de la razón cordial simplemente se desvanece. La consideración del otro, o antes que eso, la percepción del otro, así como también la autopercepción requieren de tiempo, de constancia, de trabajo artesanal. Una familiar, unos vínculos requieren millones de segundos para que el jardín humano adquiera su máxima expresión y se logre separar la maleza que puede triturar hasta las más hermosas flores.
“Cada forma es lenta. Cada forma es un rodeo.”
Han lo afirma de la siguiente manera: “Cada forma es lenta. Cada forma es un rodeo. La economía de la eficiencia y la aceleración la conducen a la desaparición.” La desaparición del cansancio dentro de las posibilidades de la vida es el silencio de algo más que la compresión de sí. Desvanece a las familias, diluye a los amigos, disuelve el amor. “Estos cansancios son violencia, porque destruyen toda comunidad, toda cercanía, incluso el mismo lenguaje”.
En sus libros, Han no propone una solución. Pero quizás ésta, está en la diferencia que plantea sobre cómo vivir contraponiendo “el cansancio elocuente, capaz de mirar y reconciliar, al cansancio sin habla, sin mirada y que separa”. Hay una relación directa entre eros y logos que pasa por descubrir al otro, el vínculo con el otro, no solamente su presencia. Sin eso no habría posibilidad de verdad humana. El eros tiene una relación vital con el pensar. El logos sin eros sería pensamiento puro, abstracción desligada humanamente.
Interesante hipótesis la del filósofo. Debería invitarnos a refutarla o comprobarla desde nuestra cotidianidad, en el trabajo, en el hogar, en las aulas, en nuestras interacciones cotidianas, en la manera como nos miramos y miramos a los demás.
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